viernes, 3 de marzo de 2017

03-03

03-03

Mis manos temblaban y un sudor frío se escurría entre ellas. Mi cuerpo era incapaz de callar lo que mi mente se esforzaba en ocultar. “Aún te importa”, pensé. Todo comenzó con una fotografía, la única que conservé después de tantos años. Mi fotografía favorita. Se le ve, reposando con tranquilidad sobre una cama, con el cabello largo y los ojos cerrados. No sé a ciencia cierta por qué aún conservo esa fotografía. Sólo sé que está ahí y a veces la observo. Hoy fue una de esas escasas veces. No tengo miedo de expresarme, es un mal necesario. Porque si no me expreso, podría cometer una insensatez. La insensatez de buscar a la persona de la fotografía. De tratar de hurgar en el tiempo y traerle de vuelta. De rescatarle del olvido, de hacer lo imposible para que el olvido no le coma. Para que el tiempo no le arrebate de mis memorias, porque si hay algo que me duele más que su ausencia, es su olvido. No que me olvide a mí, eso es lo de menos. Lo que más me duele es que el tiempo me difumina los recuerdos, que los borra. No me duele que me olviden, me duele olvidar. Y acepté, como muchas otras cosas que me tocó aceptar, que la vida es como es y que difícilmente podemos cambiar eso. Reconozco que cometí muchos errores, incontables errores. Que fallé y que el karma es cruel; pero jamás podría arrepentirme de todas aquellas cosas que hice, porque gracias a ellas soy quien soy. Sólo me arrepiento de todo el daño que causé en el proceso de madurar. He visto el tiempo transcurrir, y es implacable. Veo como mis padres, mis amigos, envejecen. A algunos el tiempo los marchita, a otros sólo los embellece.

Qué agonía significa para mí olvidar todo aquello que he amado con locura. Porque han sido tan pocas las cosas y las personas que realmente he amado. Tan pocos los momentos en los que pude haber muerto, y simplemente no me importaba, porque era demasiado feliz. Fui tan feliz, que podía morir en ese mismo instante y no me habría importado en lo más mínimo. Y duele, duele olvidar lo que a uno le ha hecho feliz.

Y mientras observo la misma fotografía que no ha cambiado en años, sigo temblando y mis manos permanecen frías. Y me repito nuevamente, “todavía te importa”, una afirmación que me desmorona por dentro. Que me hace reprocharme, que me hace decirme “qué imbécil eres”. Y sí, incluso me siento como una idiota por escribir esto, porque es un sinsentido, pero bueno, al fin y al cabo todos estamos locos.

Quizás perdí la cordura, pero nunca volví a ver brillo en sus ojos. Había algo en su mirada que había cambiado tanto… Era como si siempre estuviese cansado, como si la vida le pesara. Quizás sólo es una ilusión, un malentendido. Sólo tengo esta estúpida certeza de que las cosas nunca fueron las mismas para mí; y creo firmemente que nunca lo serán de nuevo.

lunes, 27 de febrero de 2017

Caracas


Caracas

Caracas tiene muchos rostros. Algunas tardes la veo y se me asemeja a una pelirroja melancólica que toca su guitarra. Otras noches, es una rubia preciosa y arrogante que se fuma un cigarrillo asomada en un balcón. Cuando llega el alba y sus días son fríos, es una mujer de piel blanca y cabello castaño que bebe café, así es mi ciudad. Estoy enamorada de una ciudad que apenas conozco y su nombre es Caracas. Hay días en las que quisiera salir corriendo y dejarla atrás para siempre, con sus personas, con sus fantasmas, con mi pasado; porque Caracas tiene más recuerdos míos que cualquier otro lugar en esta Tierra. Y, sin embargo, hay días en los que nunca quisiera irme. Porque la quiero, a pesar de todo, he aprendido a quererla. En esta caótica ciudad hice el amor por primera vez, y por primera vez me enamoré. Alejarme de ella siempre era un alivio, pero volver siempre fue una necesidad. 

Caracas es el jazz que sale del saxofón de un vecino. Caracas es el Ávila que observo cada día de mi vida. Caracas es un cielo bañado en sangre, o una noche repleta de estrellas. Caracas es mi familia, mis amigos, incluso aquellos que ya no están conmigo. Caracas lleva los rostros de todas aquellas personas que quise, aquellas que amé, incluso aquellas que odié. Y que dolor reconocer que en Caracas está todo lo que amo, todo aquello que de verdad amo. Aquí transcurrió mi niñez, mi adolescencia y parte de esta parodia de adultez, en mi ciudad de los condenados. 

Qué bella eres, Caracas.

Resultado de imagen para caracas parque central de noche

sábado, 12 de noviembre de 2016

Carta a un insomne



Querido insomne, te he estado observando ya hace algún tiempo.

Te conozco desde que tengo uso de razón, y tu mirada ha cambiado terriblemente con el paso de los años.
Recuerdo que, cuando eras sólo un infante, tenías un brillo en tus ojos. Ya no puedo ver casi nada de él en esos pozos que tienes en la cara. Son dos pozos sin fondo, sin vida, sin esperanza, ni ilusiones.
Querido insomne, también he visto cómo tus noches se han hecho más largas. Los días, en cambio, se te van en un parpadear. La forma en que el tiempo transcurre para ti ha cambiado de sobremanera.
A medida que crecías, me daba cuenta que cada día eras una persona más triste, cada día reías menos y llorabas más. En ese momento aún no sufrías de insomnio, de hecho, descansabas con bastante frecuencia.
Finalmente, el insomnio te alcanzó, querido insomne. Al principio sólo despertabas un par de veces en las noches, luego comenzaste a despertar muchas veces.
También me doy cuenta que has estado bebiendo, algo que nunca en tus veintidós años de existencia habías hecho. No bebes a diario, pero bebes semanalmente.
Bebes mucho, no para divertirte, sino para ahogar esa carga que llevas por dentro, eso que te come desde las entrañas.
Te estoy viendo envejecer, insomne. Veo cómo tu rostro juvenil madura, veo cómo las ojeras, producto de tantos días sin descanso, van cubriendo tu rostro con lentitud, pero con firmeza.
El deterioro físico apenas es notable, pero el deterioro mental es desmedido.
Bebes mucho, comes poco, duermes poco. ¿Qué pasa contigo, insomne? El café se ha vuelto el sustento de tus días.
Ya casi no sientes hambre, de vez en cuando te da sed y estás al borde de un colapso.
Pasas las madrugadas llorando, llorando como cuando tenías 14 años, insomne. Y es triste verte así, sin consuelo. Pidiendo a gritos un abrazo, una caricia sincera, una razón para creer que, a pesar de todo, el mundo no es tan malo como te lo pintan.
También trabajas mucho, insomne. Casi no sales, ya no ves a tus amigos con tanta frecuencia y derrochas todo tu dinero en cosas que realmente no necesitas. ¿Qué demonios es lo que quieres? ¿Tratas de matar lo que sientes por dentro, o tratas de matarte a ti mismo?

¿Por qué te haces tanto daño?

miércoles, 26 de octubre de 2016

Aceptación

“Aceptación”

Aceptar que fuimos un instante.
Aceptar que fuimos efímeros.
Aceptar que pudimos ser.
Aceptar que no fuimos.
Aceptar los errores.
Aceptar el olvido.

sábado, 15 de octubre de 2016

Para que el olvido no me coma

La madrugada me agarró cómo siempre, desprevenido. Al igual que la noche anterior, la anterior y la anterior, el sueño me había abandonado repentinamente. Sin embargo, esta vez el despertar fue distinto. No desperté solo, la nostalgia se encontraba echada junto a mí. Su visita era frecuente, pero en esta oportunidad me dejaba una sensación extraña. Era un vacío en el estómago (o quizás era solo hambre, sabrá Dios). Desperté con varios rostros dando vuelta por los rincones de mi mente, rostros que había tocado, besado, quizás hasta amado. Olores, texturas, sonrisas, miradas, detalles simples que me forzaba a memorizar, porque sabía que tarde o temprano olvidaría. Y así fue, mi memoria me hacía malas pasadas. Ya no sabía con certeza si el olor correspondía a la misma persona, o si tenía cuatro lunares o en vez de uno. Los detalles eran tan vagos, que incluso me producían tristeza. Me entristecía darme cuenta que estaba olvidando lo que una vez significó tanto para mí. Me sentí triste, porque estaba olvidando a la mujer que más había querido. No fueron los tragos de ron con gente que no conocía, ni ese polvo con la mejor puta (no prostituta) que me gustaba desde la secundaria, nada de eso me había hecho olvidarla.

Era el tiempo. El tiempo que transcurría, que se deslizaba con lentitud. Era el tiempo que me borraba las memorias. Maldito tiempo. Me borraba las tristezas, pero también se llevaba en un saco los momentos felices que con tanto trabajo había fabricado. Me di cuenta que él seguiría como siempre, implacable ¡Qué idiota he sido! ¡Me siento triste porque estoy olvidando! Pamplinas. El olvido es lo único seguro que nos toca en la vida, junto con la muerte. Nuevamente recuerdo esas malditas caras, esos rostros que poco a poco se van destiñendo. Ya no tienen color, son sólo siluetas, tan frágiles y delicadas que me da miedo pensar en ellos, porque podrían romperse para siempre. Recordé el sabor de ese café que tanto me gustaba, que bebía puntualmente a las cuatro luego de estar con ella. Quizás recuerdo todas estas cosas para acordarme de mí mismo, para recordar que alguna vez viví, que alguna vez amé algo. Quizás por eso me esfuerzo tanto en traer de regreso todo eso que está guardado bajo llave en mi cabeza… Para que el olvido no me coma.



Resultado de imagen para tiempo tumblr

sábado, 24 de septiembre de 2016

Insomnio

Desde hace más de cuatro años, padezco de insomnio. No ese insomnio donde no puedes conciliar el sueño sino hasta bien entrada la noche, ése no. Éste insomnio es un poco diferente, me despierto muchas veces en la noche, tal vez unas cinco veces, a veces más, a veces menos. Mis noches son largas, pero no son reparadoras. Casi no descanso, y poco a poco las ojeras en mi cara dan fe de ello. Son el resultado de muchas horas sin dormir, aunque me gustan. Me gustan los signos de deterioro físico en las personas.

Hoy, cómo casi todos los días, me desperté en medio de la noche, más específicamente a las tres de la mañana. Por las noches, Caracas siempre está callada. La vida de nosotros los insomnes es un poco diferente a la del resto. Nuestros días son largos y pesados, nuestras noches igual. Incluso puede llegar a ser exasperante, quieres dormir, pero tu cuerpo te lo impide. Cuando sólo existe silencio a tu alrededor, es más fácil pensar, es más fácil recordar. Las noches de los insomnes están malditas, porque nos dejan a solas con nosotros mismos. Te dejan a solas con tus demonios, porque los ángeles están dormidos.

A las tres de la mañana, la soledad se manifiesta, quizás en forma de un recuerdo amargo, o quizás en forma de un café frío y sin azúcar. Mi insomnio siempre vino acompañado de memorias, de monólogos, conversaciones donde hurgaba mis propias llagas. Las noches de insomnio son las mejores para sentirte diminuto, miserable, perfectas para quitarse la máscara de cordura y ser débil, aunque sea sólo por un instante. Y es que a veces necesitamos quebrarnos, rompernos un poquito para al día siguiente levantarnos y pegar todo ese desastre de la noche anterior. Destruirnos, sólo para liberarnos un poco de todas esas cargas que nos abruman.


El insomnio me ha enseñado muchas cosas. Me mostró la soledad más absoluta, donde sólo podía hablar conmigo mismo. Me habló de la soledad de otras personas, otros miserables que sabrá Dios en qué pensaban. Me recordó noche tras noche todos mis fracasos mientras me criticaba el hecho de despertar cada día con la cama vacía. Me hizo extrañar a quien nunca debí extrañar, me hizo llorar de impotencia, de rabia y de tristeza. Inundó mi habitación con su olor, con su sonrisa, con su sexo. Me demostró que, simplemente, soy un insomne que no tiene con quién compartir su insomnio. 

jueves, 9 de junio de 2016

Tercer condicional

Me hubiese gustado conocerle en otra época. Esa donde las arrugas aún no le surcaban el rostro, cuando los sueños no se le habían marchitado. Me hubiese gustado conocerle en otras circunstancias, él menos triste, yo menos rota. Conocerle en esos años dónde los ojos le brillaban, y no cuando sólo encontraba obscuridad. Quizás en otros días, muy lejanos, sus defectos no hubiesen pesado tanto. Quizás hace muchos años, hubiera podido salvarlo de tan infinito abismo.