Desde hace más de cuatro años, padezco de insomnio. No
ese insomnio donde no puedes conciliar el sueño sino hasta bien entrada la
noche, ése no. Éste insomnio es un poco diferente, me despierto muchas veces en
la noche, tal vez unas cinco veces, a veces más, a veces menos. Mis noches son
largas, pero no son reparadoras. Casi no descanso, y poco a poco las ojeras en
mi cara dan fe de ello. Son el resultado de muchas horas sin dormir, aunque me
gustan. Me gustan los signos de deterioro físico en las personas.
Hoy, cómo casi todos los días, me desperté en medio de la
noche, más específicamente a las tres de la mañana. Por las noches, Caracas
siempre está callada. La vida de nosotros los insomnes es un poco diferente a
la del resto. Nuestros días son largos y pesados, nuestras noches igual.
Incluso puede llegar a ser exasperante, quieres dormir, pero tu cuerpo te lo
impide. Cuando sólo existe silencio a tu alrededor, es más fácil pensar, es más
fácil recordar. Las noches de los insomnes están malditas, porque nos dejan a
solas con nosotros mismos. Te dejan a solas con tus demonios, porque los
ángeles están dormidos.
A las tres
de la mañana, la soledad se manifiesta, quizás en forma de un recuerdo amargo,
o quizás en forma de un café frío y sin azúcar. Mi insomnio siempre vino
acompañado de memorias, de monólogos, conversaciones donde hurgaba mis propias
llagas. Las noches de insomnio son las mejores para sentirte diminuto,
miserable, perfectas para quitarse la máscara de cordura y ser débil, aunque
sea sólo por un instante. Y es que a veces necesitamos quebrarnos, rompernos un
poquito para al día siguiente levantarnos y pegar todo ese desastre de la noche
anterior. Destruirnos, sólo para liberarnos un poco de todas esas cargas que
nos abruman.
El
insomnio me ha enseñado muchas cosas. Me mostró la soledad más absoluta, donde
sólo podía hablar conmigo mismo. Me habló de la soledad de otras personas, otros
miserables que sabrá Dios en qué pensaban. Me recordó noche tras noche todos
mis fracasos mientras me criticaba el hecho de despertar cada día con la cama
vacía. Me hizo extrañar a quien nunca debí extrañar, me hizo llorar de
impotencia, de rabia y de tristeza. Inundó mi habitación con su olor, con su
sonrisa, con su sexo. Me demostró que, simplemente, soy un insomne que no tiene
con quién compartir su insomnio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario